lunes, 18 de julio de 2011

Las Amantes de Marienburgo. Capítulo ... ¿Cinco?.

Este capítulo es el preludio al enfrentamiento correspondiente a la 3ª jornada de la Campaña, que enfrentará a las Marienburguesas contra los Cazadores de Brujas de mi amigo JC.

En este capítulo presentamos a otra de las chicas, a la que he lamado Punam, y que es una semiorka. ¿Y qué pinta "eso" aquí? Pues ha sido una coincidencia. Resulta que en mi búsqueda de miniaturas apropiadas me hice con una de la marca Reaper, con una pinta estupenda. Al prepararme para pintarla descubro horrorizado que tiene unas enormes orejotas que no se distinguian, ni en las fotos, ni al estar dentro del blister. Vaya, ya me han colado otra elfa, pensé. Pero al seguir mirandola veo que tiene ¡colmillos!. Ya flipado, me pongo a investigar y resulta que en efecto, es una "semiorka".No quería desechar la miniatura, porque me gusta, y no me atrevía a intentar "borrar" esos rasgos. Asi que decidí pintarla como orka y buscarla una historia. Y así nació Punam.

También mencionamos a una Ogra. Quería haber incluido su "presentación" en este capítulo, pero aún no está preparado y me apetecía ir publicando algo nuevo. El motivo de su inclusión en la trama es totalmente diferente. "Ella" llega por un motivo directo del juego. Tras la batalla con los orkos, una afortunada tirada de dados me permitió contratar un "mercenario" gratuitamente. Y la elegida fue una ogra.

Y por último, lo de las 5 estatuas y el tesoro es porque la misión de esta jornada que ha preparado el Gran Maestre Gorko se desarrollo alrededor de estatuas y tesoros. Si quereis saber más, visitar el foro:

Bueno, os dejo con las chicas, aunque en este caso, hay más de los chicos.



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CAPITULO 5


Sir Arthur observa el final del enfrentamiento oculto entre las formaciones rocosas de la colina de Essel`tee. Ayudado por su anteojo tiene una buena vista de la zona donde se está produciendo el combate. Su gesto se va endureciendo según avanza la lucha. Aprieta la mandíbula aún más cuando ve cómo una de las mujeres, ejecutando una espléndida maniobra de combate con la espada, deja fuera de combate a un orko al menos dos cabezas más grande que ella.
Así pues, los rumores eran ciertos.
Esboza su primera sonrisa cuando ve como un orko, de piel más oscura y aún mayor envergadura, el caudillo del grupo, sin duda, carga, volteando una enorme maza sobre su cabeza, contra una de las mujeres.

– Esta no se libra –murmura.

Su sonrisa se torna en una mueca de asombro al ver como la mujer, lejos de huir aterrorizada, como hubiesen hecho muchos aguerridos guerreros que él conoce, se gira grácilmente y clava el mango de su lanza en el suelo de tal forma que el orko impacta brutalmente contra la punta del arma, cayendo sobre la mujer y rodando varios metros. El caballero andante retiene la respiración casi sin darse cuenta, expectante,…. Unos segundos después, la mujer se levanta, aparentemente indemne, arranca la lanza rota del pecho del orko agonizante, y lanza un grito de victoria. Arthur no puede creerlo, la lucha ha acabado, pero no como él esperaba, sino con los escasos orkos sobrevivientes huyendo en desbandada.

Al menos una decena de cuerpos de pieles verdes yacen alrededor del estanque que parecía el objetivo de la lucha. Las mujeres, ilesas en su totalidad, recogen piedra bruja… el caballero andante no puede dar crédito a sus ojos, olvidando por un momento toda precaución sale de su escondite para tener una mejor visión del campo de batalla.

Y entonces una de las mujeres clava la mirada en su dirección. Parece estar mirándole directamente a los ojos. No, no es posible, la distancia es demasiada, piensa, pero siente un escalofrío. Soltando un bramido de rabia, Arthur, el Caballero Andante, monta sobre Recio, su corcel de guerra y le espolea furiosamente de vuelta hacia el campamento de los Cazadores de Brujas, mientras un sudor frío se va condensando bajo su bruñida armadura de oro y grana…


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– Kali. –hace una pausa–  Nos han estado observando.

–¿Quién? ¿Cómo? –responde ésta con sorpresa.

– No lo sé. Tan sólo he distinguido el reflejo del sol en una lente. Allí, en aquella colina.

Kali sigue con la mirada la dirección marcada por el brazo extendido de su amiga. Entre varios edificios reducidos a escombros y por encima de la muralla semiderruida se puede ver la ladera pedregosa de una colina. Un lugar ideal donde esconderse y obtener una visión perfecta de esa parte de la Ciudad de los Condenados.

– ¿Estás segura?

– Sí.

La respuesta es lacónica, pero Kali no necesita más.

Punam nunca se equivoca. Es la mejor del grupo en lo que a rastrear se refiere. Es una semiorka.


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Las semiorkas. Una raza, al menos para quién esté dispuesto a admitirlas como tal, extremadamente rara.

La mitad de los pobladores del viejo mundo dirán que las semiorkas no pueden existir, que tal aberración de la naturaleza es imposible en nuestro mundo, que va en contra de las más básicas leyes de la naturaleza. La otra mitad dirá que son productos del demonio, de la corrupción del caos en el mundo, del mal, en una palabra. Unos y otros, ya sean humanos u orkos, o elfos, o enanos, las odian profunda e irracionalmente.

Pero lo cierto es que pueblan los territorios del hombre. Aunque en un número tremendamente pequeño, es cierto. Puesto que orkos y humanos sienten un odio y una repulsión mutua que va más allá de todo lo imaginable, son muy escasas las ocasiones en las que las dos razas se mezclan. De hecho, nadie ha sido capaz nunca de encontrar un motivo, una justificación, a estas escasas uniones. Quizá en el orko quede algo de humano, dicen algunos, porque desde luego, nadie está dispuesto a tan siquiera contemplar la posibilidad de que sea al contrario, que el hombre guarde algo de orko. Si alguien se atreviese a expresar esa idea en voz alta, acabaría, sin duda, retorciéndose entre las llamas de una hoguera alimentada por los cazadores de brujas.

Y de estas escasa uniones, en muy pocas se llega a concebir vida, y menos aún en conseguir que esa vida llegue al mundo. Los escasos sabios que se han atrevido a estudiar el asunto creen que la idiosincrasia de las dos razas es demasiado diferente para poderse mezclar. Se dice que sólo una hembra humana extremadamente fuerte de cuerpo y de espíritu es capaz de sacar adelante esta vida. Y siempre en forma de otra hembra. Las semiorkas han conseguido que su sangre humana mantenga a raya a su parte orka…. casi siempre.


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Arthur detiene a Recio de su carrera levantando una nube de polvo. Se baja del caballo y propina un puñetazo a un zelote, que se había acercado a ayudarle, que lo deja inconsciente.

Se encamina a grandes zancadas hacia la tienda montada en el centro del campamento de los Cazadores de Brujas. Cuatro grandes mastines, atados a un poste, empiezan a aullar y a ladrar a su paso. Son animales enormes, en un continuo estado de excitación que sólo el “padre” Luther, el sacerdote guerreo, parece capaz de controlar. Arthur habría jurado que eran cinco los animales, pero no le da mayor importancia. Como Caballero Andante considera que el uso de bestias es innoble e indigno de una causa tan elevada como la suya. Tuerce el gesto, descorre bruscamente la cortina que cubre la entrada de la tienda y penetra en el interior.

Una figura se vuelve en la penumbra. Arthur se dirige a ella.

– Es cierto, Lucius, las he visto.

El interpelado se adelanta a la luz. Se trata de Lucius Stern Van Hendryk, afamado capitán de la Orden de los Templarios de Sigmar, más conocidos como los Cazadores de Brujas.

– ¿Son realmente brujas? –la pregunta parece quedarse flotando en el asfixiante ambiente de la tienda, como si no quisiese llegar a su destino, como si realmente no buscase una respuesta. Pero esta llega.

– Lo son, no hay duda. Las mujeres de Marienburgo no luchan así. Son cortesanas débiles y adineradas, sin más virtud que la capacidad de satisfacer a sus hombres. Pero aún hay más. –escupe sobre el suelo de tierra apelmazada y lo restriega con la punta de su bota, fijando la mirada en la operación.

Lucius le mira inquisitivamente

–¿Y bien?

Arthur alza la mirada.

– Con ellas va una semiorka.

A pesar de su veteranía y de su valentía, conocida y reconocida en medio mundo, Lucius Stern, adalid de la Orden de Sigmar, no puede evitar echar mano compulsivamente a la cadena de hierro, símbolo contra todas las brujerías conocidas de este mundo, que lleva colgando del cuello.

– Bien, no hay duda pues.–responde tras un brevísimo instante– Sólo puede ser obra de las artes oscuras. Es nuestra sagrada misión, querido amigo, librar al mundo de brujas y engendros.

El Caballero Andante asiente.

–¿Cómo está Hans? –pregunta– ¿Podrá unirse a nosotros?

– No, aún no. Ese maldito bestigor le golpeó fuerte. Pero El Oso es duro y se recuperará. Y tenemos otros problemas, Arthur.–hace una pausa y mira fijamente al caballero–. La ogra, se ha escapado.

–¿Cómo es posible? –ruge el Caballero Andante– voy a estrangular a esos ineptos zelotes tuyos.

Se gira bruscamente, en dirección a la salida de la tienda.

– Tranquilo, “Cuerdo”

Arthur se detiene en seco. Muy pocas personas, y en muy contadas ocasiones, se atreven a llamarle por su apodo.

Arthur “el Cuerdo”, Caballero Andante. Nacido en la ciudad de Leichberg, que se esconde al pie de las Montañas Encantadas. Que tiene el bosque de Althern alzandose a su espalda, las ruinas de Vanhaldenschlosse al frente. Y el influjo del Lago Negro siempre presente.
Llamar “Cuerdo” a alguien nacido allí es poco menos que poner en duda el honor de una madre.

El Caballero se vuelve lentamente.

– No me llames así, Lucius –habla muy, muy despacio, la mano aprieta con fuerza la empuñadura de la espada, hasta que los nudillos se vuelven blancos–. No me llames así, ni siquiera tú  –repite. Sus ojos despiden fuego, un fuego que se confunde con los brillos de su pulida armadura de caballero, brillos de plata y grana.

–Tranquilo, amigo. Sabes que puedes confiar en mí, tu secreto está a salvo conmigo. Y tenemos cosas más importantes de que ocuparnos. Estoy seguro de que la ogra utilizó la brujería para escapar.

–¿Brujería? ¿También la ogra? –los ojos del caballero se dilatan–. No puede ser.

– Me temo que sí, amigo. Ni siquiera los mastines pudieron detenerla. Estranguló a uno y los demás se negaron a seguirla. Ni siquiera el Pater fue capaz de convencerles.

– Llegan tiempos oscuros, Lucius. Debemos salir tras ella. Y buscar a las otras brujas. ¡Es nuestro sagrado deber!

– Lo haremos, Arthur, lo haremos, te doy mi palabra, daremos caza a las brujas, a todas. Pero antes hay algo más,–hizo una pausa–, Groirengy.

El tono de su voz cambia al pronunciar la última palabra,  las silabas parecen negarse a abandonar su garganta, el nombre resistirse a ser pronunciado, a ser escuchado. La temperatura en la tienda desciende.

Arthur “el Cuerdo”, el Caballero Andante, se queda petrificado, sus ojos fijos en la boca del capitán de los Templarios de Sigmar, como si pretendiese capturar el nombre que ha salido de esos labios, como si pretendiese…. Sacude la cabeza

–¿Gr...? ¿Gro...?- no puede acabar. Un leve rastro de miedo asoma en sus ojos. Hace acopio de todo su valor y de toda su voluntad para continuar

– ¿El tesoro? … ¿Estáis seguro? … se estremece.

– Lo estoy, Arthur. He terminado de descifrar los documentos. En la Plaza del Conde Botthard. Las Cinco Estatuas. Ellas son la clave. Partiremos al alba. Mientras, descansa, mi buen y fiel amigo. Recuperaremos el tesoro del mago para mayor gloria de la orden de los Templarios de Sigmar –ha elevado la voz, casi está gritando, aunque no se da cuenta –Y después –esboza una sonrisa y relaja el tono– las brujas.

martes, 24 de mayo de 2011

Las Amantes de Marienburgo. Capítulo 2


Iniciaron el último tramo del camino hasta Krugenheim. Esta ciudad portuaria, en la ribera del río Stir, era el último reducto de civilización, si es que podía considerársela como tal, que iban a encontrar antes de llegar a la Ciudad de los Condenados.

Kali hubiese preferido evitar el detenerse allí, pero el viaje había sido largo y difícil, y las chicas, y ella misma, necesitaban un descanso decente. Y esta era su última oportunidad. Así que habían decidido aceptar el riesgo y pasar una noche en una de las múltiples posadas de la ciudad. No iba a ser una de las de la zona noble, como “El Grifo de Oro” o “La Posada de Mármol”, que hubiesen elegido en otras circunstancia y que evidentemente podían permitirse de sobra. Habían elegido “El Halcón Marino”, una posada del barrio de los gremios, discreta, pero suficientemente alejada de los barrios bajos próximos al puerto.

Se la había recomendado Gait’al, el mercader soleano con el que habían compartido campamento por una noche. Había sido el único capaz de descubrir su identidad. Recordó al pequeño hombrecillo, con su nariz roja por el consumo, excesivo y probablemente continuado, de vino, contar alegres anécdotas alrededor de la fogata., con Stella retorciéndose entre carcajadas. Había sido un buen descanso. Le deseó lo mejor, era un buen hombre.

Según se aproximaban a la entrada del puerto, los sentidos de Kali se iban saturando con las sensaciones que emanaban de una ciudad en plena ebullición. Casi podía notar el sabor del salitre en su boca, mientras sus oídos se colapsaban con los más dispares sonidos. Ahora las maldiciones de los trabajadores mientras descargaban los barcos, barcos que producían un suave ronroneo cuando sus cascos rozaban con la madera del muelle, o sus velas silbaban cuando el viento pasaba, giraba, y se retorcía entre ellas. Las gaviotas graznaban, luchando sin duda por los restos del pescado en la lonja. Restos cuyo olor penetrante casi empezaban a producirle nauseas.

Accedieron a la ciudad por la puerta Sur, que daba directamente al muelle. Este hervía de frenética actividad. Buques de todo tipo se mecían suavemente en sus atraques, mientras mercancías de todo tipo iban y venían entre ellos y los almacenes del puerto.

De un parao de casco plano y velas cuadradas, un grupo de menudos hombres de piel oscura descargaba fajos de tela de vivos colores. Malayos, sin duda. Kali había oído historias sobre ellos y sus terribles espadas, a las que llamaban parang. Hombres peligrosos, pero que no acostumbraban a mezclarse con el resto. No esperaba cruzarse con ellos en la ciudad. Mucho mejor.

Un estilizado navío de casco estrecho y proa elevada rematada en un mascarón con forma de dragón. Hombres envueltos en pieles transportaban voluminosos barriles como si fueran fardos de paja. Los bárbaros del Norte. Sintió un escalofrió.

Otros a quién evitar, ¿y a quién no, en este maldito viaje?

Distinguió también la silueta de un buque de línea. Sus velas negras se mantenían recogidas alrededor de sus dos mástiles. No parecía haber movimiento en el barco ni en sus alrededores…. Piratas.

Las autoridades les permitían la entrada en la ciudad por las presiones de los taberneros, pues se decía que nadie gastaba más en vino y en mujeres que los piratas. Cuando tenían dinero, claro. Alguna posada había sufrido las consecuencias de un dueño demasiado ambicioso y poco precavido. Al fin y al cabo, los piratas eran la escoria del viejo mundo.

Tal como les había indicado el mercader soleano, giraron en la Puerta de Arcadia y enfilaron hacia el barrio de los gremios. Nadie las dirigió más de una mirada.



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Jones dobló la esquina del callejón, anduvo unos pasos y se detuvo. No llegaba a distinguir el fondo. A un lado se amontonaban los restos de basura. Pescado podrido. Para su olfato de marinero no representaba ningún problema. Un ligero roce llegó a sus oídos. Se estremeció. El capitán Tormento Jones nunca había sido un tipo especialmente valiente, más bien se le podía considerar como un miserable cobarde. Aguzó el oído. Ratas. Sonrió para sus adentros. Si estuviesen en alta mar hoy habría carne fresca en el menú. Se relajó .Pensó en la nota que le habían entregado “En el callejón tras la Oficina de Pesca. A las 12. Tengo información. 100 monedas de oro”. No era un papanatas novato, sabía que su cabeza tenía un precio. Así que se había traído a Mary y a Aitor. Giró la cabeza y los distinguió detrás suyo.

-Patanes- gruñó mientras les hacía gestos para que se escondiesen.

Al volver la vista al frente una figura se había plantado junto a él. Dio un respingo e intentó desenvainar el sable de abordaje. El capitán Tormento Jones nunca había sido muy hábil con las armas. A decir verdad, era un inútil consumado, aunque se tenía por un gran espadachín. La guarda del sable se enredó con los flecos del chaleco y se quedó a media vaina. Los ojos del pirata se desorbitaron de miedo.

-Qui, quien eres? –tartamudeó.

-Tranquilo, capitán, -respondió la figura - ¿le gustan las mujeres? ¿Jóvenes y ricas? Puedo proporcionárselas….

A Jones la figura dejó de parecerle amenazadora. Su avaricia y su lujuria vencieron a su cobardía (y eso que era mucha).

¿De qué habla? – Le interpeló - ¿Quién eres? (Dónde diablos estaban esos inútiles de Mary y Aitor …)

La figura se bajó la capucha. Era más baja de lo que le había parecido en un principio. Apareció un rostro sonrosado, nariz roja, grandes bigotes.

Da igual quién sea. –Respondió- Lo que importa es lo que se. Y lo que se que a usted le gusta. Mujeres y dinero. Juntas. Y fáciles. Por sólo 100 monedas … pero puedo marcharme ..

-No, no, espere. Jones le retuvo. Nunca había sido muy inteligente (de hecho se decía que era el más estúpido de todos los piratas que habían surcado los mares en los últimos 200 años), pero era codicioso, muy codicioso. Y le gustaban las mujeres. Siempre tenía que tomarlas por la fuerza, eso sí, pues ninguna se acercaría a él por voluntad propia, desde luego. Su aspecto físico podría describirse como simple y llanamente repulsivo. Esta era pues una buena oportunidad para él.

Desató una bolsa de cuero de su cinturón y se la entregó al hombre. Este la abrió, la sopesó con mano experta y la hizo desaparecer bajo su ropa. No tardó más de dos segundos. Alguien acostumbrado a manejar dinero, pensó, posiblemente un mercader.

Hay un grupo de marienburguesas en la ciudad –dijo – Solas, sin maridos ni escolta. Se esconden bajo los hábitos de monjas Sigmaritas. Pretenden ser una especie de guerreras, pero no son más que … escupió …mujeres. Están en la Posada de “El Halcón Marino”

Dio media vuelta y desapareció en las sombras del fondo del callejón.

El pirata se sonrió. Vaya suerte. Antes de salir hacia Mordheim tendría un buen botín. Y mujeres. Un hilillo de babas se deslizó por la comisura de sus labios. Sus ojos se pusieron vidriosos y sintió una erección.

El Capitán Tormento Jones nunca había sido un buen tipo. Era un cerdo cabrón.



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El salón de “El Halcón Marino” ocupaba gran parte de la planta baja del edificio. Las mesas y bancos de madera de naj se repartían a lo largo de la estancia con un orden definido. Casi todas estaban ocupadas, con lo que el alboroto en el local era considerable. Esto ayudaba a que el grupo de marienburguesas, que ocupaban dos mesas en la esquina más alejada de la entrada, pasase aún más desapercibido.

Habían decidido hacer el viaje hasta Mordheim sin revelar su verdadera identidad. Un grupo de damas adineradas, y solas, podía levantar demasiadas tentaciones. Así pues, habían decidido camuflarse bajo los hábitos de la Orden de Sigmar. Incluso en estas latitudes, y en estos tiempos tan convulsos, las religiosas del Culto Sigmarita eran respetadas.

Conseguir los hábitos y aprender las conductas básicas de la órden no había constituido ningún problema. En Marienburgo las Hermanas gozaban de enorme popularidad y de un gran poder. Y la Hermana Superiora tenía en alta estima a Kali. Le había proporcionado todo lo necesario y la había despedido con su bendición.

Kali observó a las jóvenes que atendían las mesas. Entraban y salían de la cocina, moviéndose grácilmente entre las mesas, portando en equilibrio casi inverosímil, al tiempo que se libraban de las manos de los más atrevidos, bandejas llenas de cuencos de humeante guisado de jabalí, enormes hogazas de pan negro y jarras de cerveza o de vino caliente con especias. A su espalda dejaban el eco de las voces de Paula, la tabernera, que rezongaba entre las cazuelas y los fogones de su cocina.

Un tipo grueso y sudoroso, un estibador del puerto sin duda, con alguna cerveza de más, consiguió atrapar a una de las chicas que pasaba por su lado. Esta, tras librarse ágil y elegantemente de su torpe abrazo le soltó una sonora bofetada que fue recibida con vítores y risotadas por parte de sus compañeros de mesa.

Kali empezó a relajarse al convencerse de que nadie reparaba en ellas y sus amigas demasiado tiempo.

-Pide algo más de vino, es la última noche – Maiwa le guiñó un ojo-

¿Por qué no? ,pensó. No les haría ningún mal. Levantó la mano intentando atraer la atención de alguna de las chicas.

-Déjalo, ya voy yo. Marie se levantó y se dirigió hacia la entrada de la cocina antes de que Kali pudiese impedírselo. La siguió con la mirada. Y entonces ocurrió. La puerta del local se abrió de golpe. Se había abierto muchas otras veces esta noche, pero esta vez había algo diferente, su intuición se lo dijo y su corazón dio un vuelco.

Varias figuras entraron en el local. Su hedor la golpeó como un puño. Antes de que pudiese reaccionar el primero de ellos se acercó a Marie y se encaró con ella.

-Así que Hermanitas de Sigmar – voceó-. Le vio desenvainar un sable con movimientos torpes y agitarlo delante de la cara de Marie mientras gritaba: Soy el capitán Tormento Jones y os voy a enseñar a rezar de verdad.

Marie. Era la más joven del grupo. Procedía de las tierras de Sur, dónde las mujeres son de piel morena y de cabello oscuro. Pero también son más altas y más fuertes. Heredera del trono de Arabia se había unido a ellas para encontrar a su hermano Karl. Marie admiraba y envidiaba el cabello pelirrojo de Kira, y por eso llevaba el suyo teñido de rojo, de un rojo intenso.

Cuando se irguió en toda su estatura y se echó hacia atrás la capucha del hábito, sus ojos desprendían tanto fuego como su cabello. De debajo de su túnica sacó su martillo de guerra, una reliquia de su pueblo que sólo ella era capaz de manejar.

Mientras saltaba sobre las mesas para acudir en ayuda de su amiga, Kali pudo sentir como el miedo y el asombro asomaba a los ojos del pirata. El sable se escurrió de su mano. Kali podría jurar que incluso le vio orinarse. Marie volteó el martillo por encima de su cabeza hasta que lo descargó sobre el pirata, que salió despedido por encima de mesas, platos y vasos.

Kali se sintió a si misma realizando un molinete con su espada corta, tal como había practicado tantas veces con Ibrahim, e impactando contra la torpe guardia de otro de los piratas, que retrocedió trastabillado.

Por el rabillo del ojo vio como las trillizas se enfrentaban a varios piratas más. Así que esto es la lucha por la vida- pensó- sus sentidos se agudizaron, sus músculos se tensaron aún más , su determinación se volvió casi infinita. Su rival estaba recuperando el equilibrio, no podía permitirlo. Sacando partido de su flexibilidad se dobló por la cintura y lanzó una estocada de abajo a arriba que salvó sin problemas la defensa del pirata y mandó su sable dando vueltas lejos de él. Se enderezó bruscamente y golpeó con el mango de su espada el rostro de su oponente. Escuchó el sonido inconfundible de los huesos al quebrarse y sintió como gotas de sangre salpicaban su rostro mientras el pirata se desplomaba.

Se quedó en pie, exhausta y extasiada al tiempo. Observó como dos piratas se afanaban en arrastrar fuera del local al que debía ser su jefe, que no paraba de chillar como un cochinillo en el matadero y que sangraba copiosamente por la cabeza, a causa, sin duda, del martillo de Marie. Las miradas de las dos amigas se cruzaron. Marie esbozó una amplia sonrisa.

Reparó que toda la taberna las vitoreaba -¡ Sigmar, Sigmar!

Iba a ser difícil explicarlo. Kali supo que su disfraz se había perdido. A partir de ahora sería aún más peligroso.

Pero habían ganado su primera batalla.

Envainó su espada y sonrió. Lo conseguirían.



domingo, 15 de mayo de 2011

Las Amantes de Marienburgo. Capitulo 1

No ha podido dormir en toda la noche y ya amanece.

El sol se muestra como un círculo de fuego que derrama una luz rojiza sobre el horizonte.

Un mar de sangre, piensa Kali, una señal tal vez.

Siente un escalofrío. Su cuerpo desnudo se estremece. Se cubre tan sólo una capa de pura seda india. Su tacto la reconforta levemente. Una de sus prendas más valiosas. Y su favorita. Se la había regalado Ibrahim, su amado esposo, el día que nació su hijo Héctor.

¡Maldito bastardo testarudo y orgulloso! Le había rogado que abandonase esa estúpida idea, pero no, él tenía que demostrar su valor y su arrojo.

-Necesito aventura, -le dijo con la risa bailando en sus ojos, sus preciosos ojos oscuros-, necesito desentumecer mi cuerpo y mi espíritu.

Y les había convencido, a todos ellos, a todo su grupo de estúpidos amigotes, para ir ¡a Mordheim!

Maldita sea, aunque como buenos Marienburgueses estuviesen hechos a las armas, no son auténticos soldados….., tan sólo comerciantes, padres, esposos y amantes.

No regresaron. Había intentado contratar una expedición que fuese en su busca, pero en esta ocasión ni todas sus riquezas habían sido suficientes.

Habían estado llegando rumores e historias. Se decía que desde hacía dos lunas, la piedra bruja estaba aflorando a las calles de Mordheim, y que por las noches, toda la ciudad brillaba envuelta en una amenazante bruma verdosa…. Y eso estaba atrayendo a la ciudad a lo peor de este mundo.

El único superviviente de una caravana arrasada por una banda de hombres bestia, describió, antes de sucumbir a la locura, imágenes que ahora turban el sueño de los Marienburgueses.

Se empiezan a susurrar historias sobre los misteriosos elfos oscuros, los temidos drachii, asesinos refinados y crueles. Las viejas cuentan historias de niños raptados y las madres lloran acurrucadas a sus hijos.

Dicen que de las heladas tierras del norte están bajando bandas de kislevitas, mitad hombres, mitad bestias. Ya nadie deja el ganado suelto por las noches.

Los viajeros que llegan del este aseguran haber visto pasar a los fantasmas del desierto, los terribles sarracenos. Si no fuesen a por algo importante, no estaríamos vivos, aseguran con los ojos dilatados por el miedo.

Un marinero del “Vieja Dama”, que llegó la semana pasada tras cruzar el Océano Oscuro, relata con voz temblorosa cómo un bajel de velas negras pasó por su borda. Los piratas de Melniboné, sin duda. El resto de buques ha decidido retrasar su salida del puerto.

Y el Padre Orsoon jura entre temblores y mientras se santigua compulsivamente, que en el cementerio hay tumbas removidas. Y que una sombra alada se asomó a su ventana y le llamó… es el Señor de los Muertos, no hay duda, tartamudea, Él también se dirige a la Ciudad Maldita.

En las calurosas noches de verano en Marienburgo ya no corre el aire, todas las ventanas están cerradas.

Nadie vive ya tranquilo en la ciudad.

Y por supuesto, nadie va a salir en busca de Ibrahim y los demás… ¡malditos cobardes!

Sólo queda una posibilidad, sólo una.

Lentamente, Kali se quita la capa de seda, la dobla cuidadosamente y la guarda en su cómoda. Sabe que no la usará en mucho tiempo.

Se viste con unos pantalones de suave terciopelo verde y camisa de seda blanca, su único lujo para este viaje. Chaleco de cuero de urg y botas altas del mismo material. Una cota de malla ligera, el camino será largo. Finalmente un recio abrigo de viaje de color oscuro. Y Barbarizadora. El dinero ahora no puede comprar a los hombres, pero aún puede comprar su trabajo. Y esta espada de acero valkyrio y doble filo es lo mejor que se puede ver hoy en Marienburgo.

El tacto de una espada no le es desconocido, no en vano desciende de una familia de guerreros.

Alguien llama suavemente a la puerta.

-¿Kali? Estamos listas.

Es Stella, una de sus mejores amigas. Su esposo, Elric, es a su vez el mejor amigo de Ibrahim. Y por supuesto, marchó con él y ha desaparecido con él.

Con ella aguardan las demás; Marie, Iluna, Maiwa, Anna, Inga, Elyn, Hendrikka, Nada, Alexia, Valeria y Kira.

Ninguna de ellas es en verdad guerrera, pero hace ya mucho tiempo que, animadas por Kali, cabalgan juntas, practican el tiro con arco e incluso la esgrima.

Y tienen un arma mucho más poderosa que ninguna otra sobre este mundo.

El amor. Si nadie más lo hace, ellas irán a buscar a sus hombres.

Kali se inclina sobre la cuna donde duerme su hijo y le besa suavemente en la frente.

-Héctor- susurra- mi corazón me dice que papá aún vive. Le traeré de vuelta, te lo juro.





lunes, 14 de febrero de 2011

Mis Dreads


Bueno, estos son mis 2 dreadnoughts.

El primero que pinté es un dread normal con el "sarcófago" de Forge World. Lleva un cañón laser y en el brazo izquierdo la opción de lanzamisiles o arma de cac para dreads.






Ya monta su base "temática" del mundo demoniáco. Es de las primeras que hice, donde a la lava le daba un aspecto más como de movimiento. Luego fui evolucionando a algo más "calmado" pero también más fuerte de colores, como en el siguiente dread, que ya es un modelo completo de Forge, de los primeros que salieron con "cabeza".






Le monté con el cañón de Plasma porque me gustaba, aunque luego por necesidades de juego le hice un cañón laser. Y el arma de cac especial del capítulo. Hay a quien no le gusta, a mi sí.

Una foto de familia en versión cazatanques.




Tengo que ajustar el encaje del segundo a la base, que tiene una pose muy forzada. Salvo eso, los doy por finalizados, ¡ y más despues de ver los megadreads que vienen en el nuevo codex!

Mi inspiración (ojo, inspiración nada más, ya me gustaría...) es esta mini de nano: http://www.coolminiornot.com/index/whatc/SF/id/71269
Una de mis preferidas, no en vano lleva 7 años entre las 4 mejores del ranking de coolmini.

Como siempre, espero que os haya gustado.

lunes, 7 de febrero de 2011

Creando un Basilisk. 2ª Parte: Pintura



Bueno, aquí está la segunda parte, la pintura.

El esquema está basado en el camuflaje tritonal alemán de la II Guerra Mundial. Una base de Dark Yellow o similar, y un camuflaje en verde y marrón-rojizo.

Utilicé un pulverizador de Tamiya que tenía (y aún conservo) por aquellos entonces. No da grandes prestaciones, pero tiene la gran ventaja de que tiene su propio compresor y es bastante robusto.

Para el camuflaje, dada las limitaciones del aerógrafo (y las mias propias) usé la técnica de las plantillas aéreas.

Aquí van unas fotos del proceso. Son también fotos hechas hace años, asi que no tienen mucha calidad.

Lo primero fue dibujar y recortar, en un simple folio, unas formas básicas que nos darán las manchas del camuflaje:




Se sujetan lijeramente por delante del modelo y se pintan con el aerografo. En vez de sujetarse "al aire", también se puede hacer "pegandolos" con unos taquitos de blue-tac o similar, de tal forma que queden ligeramente separados del casco, lo que nos proporciona unos bordes "difusos":






Y queda algo como esto:








Lo que hice entonces fue meterme con mi primer "freehand" en vehículos, y aproveché para incluir otro rasgo personalizador de mi ejército: su insignia. Y esta es su historia:

Un día vi el logo de una empresa y fué "amor a primera vista". Ese iba a ser para mi Guardia.
Asi que, en un viaje, de repente, apareció ante mi. A mi mujer le tocó sacar corriendo la cámara y desde el coche conseguir esta foto:





Un poco de ordenador y se convierte en la base desde la que sacar plantillas a diversas escalas, como esta:




En este caso, para trasladarlo al tanque, lo imprimí sobre un papel adhesivo de baja adherencia, de los usados en aerografía. Recortado con cuidadito, se convierte en una plantilla con la que hacer la silueta con el aerógrafo:



Y después un poco de pintura a mano hasta llegar a esto:



 
Bueno, y ahora unas cuantas fotos nuevas hechas este fin de semana:








Aquí se aprecia muy bien el "dragón" insignia del regimiento: 





Y en esta foto del interior, se distinguen los proyectiles, ¡que son auténticos!, del calibre 22.




Herramientas colgadas del casco. Están sacadas de kits escala 1:35 de carros de la II Guerra Mundial. Aunque nuestra escala es algo más pequeña, muchos elementos encajan perfectamente.




Y si no, fijaros, junto a un rifle laser de GW coloqué un Panzerfaust a esa escala y no desentona nada.




Lo mismo con la radioy el extintor.




El numeral está también pintado a mano e inspirado en los de los carros alemanes. Las fotos de la II GM son una fuente fabulosa de ideas para 40K.





En aquelos entonces no dominaba las técnicas de "desgaste" y "envejecimiento", ni había tantos productos asequibles que facilitasen estos procesos, asi que opté por un finalizado bastante "limpio" .... uff, ¡cómo lo cambiaría ahora !

En cualquier caso, espero que os haya gustado.