Este capítulo es el preludio al enfrentamiento correspondiente a la 3ª jornada de la Campaña, que enfrentará a las Marienburguesas contra los Cazadores de Brujas de mi amigo JC.
En este capítulo presentamos a otra de las chicas, a la que he lamado Punam, y que es una semiorka. ¿Y qué pinta "eso" aquí? Pues ha sido una coincidencia. Resulta que en mi búsqueda de miniaturas apropiadas me hice con una de la marca Reaper, con una pinta estupenda. Al prepararme para pintarla descubro horrorizado que tiene unas enormes orejotas que no se distinguian, ni en las fotos, ni al estar dentro del blister. Vaya, ya me han colado otra elfa, pensé. Pero al seguir mirandola veo que tiene ¡colmillos!. Ya flipado, me pongo a investigar y resulta que en efecto, es una "semiorka".No quería desechar la miniatura, porque me gusta, y no me atrevía a intentar "borrar" esos rasgos. Asi que decidí pintarla como orka y buscarla una historia. Y así nació Punam.
También mencionamos a una Ogra. Quería haber incluido su "presentación" en este capítulo, pero aún no está preparado y me apetecía ir publicando algo nuevo. El motivo de su inclusión en la trama es totalmente diferente. "Ella" llega por un motivo directo del juego. Tras la batalla con los orkos, una afortunada tirada de dados me permitió contratar un "mercenario" gratuitamente. Y la elegida fue una ogra.
Y por último, lo de las 5 estatuas y el tesoro es porque la misión de esta jornada que ha preparado el Gran Maestre Gorko se desarrollo alrededor de estatuas y tesoros. Si quereis saber más, visitar el foro:
Bueno, os dejo con las chicas, aunque en este caso, hay más de los chicos.
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CAPITULO 5
Sir Arthur observa el final del enfrentamiento oculto entre las formaciones rocosas de la colina de Essel`tee. Ayudado por su anteojo tiene una buena vista de la zona donde se está produciendo el combate. Su gesto se va endureciendo según avanza la lucha. Aprieta la mandíbula aún más cuando ve cómo una de las mujeres, ejecutando una espléndida maniobra de combate con la espada, deja fuera de combate a un orko al menos dos cabezas más grande que ella.
Así pues, los rumores eran ciertos.
Esboza su primera sonrisa cuando ve como un orko, de piel más oscura y aún mayor envergadura, el caudillo del grupo, sin duda, carga, volteando una enorme maza sobre su cabeza, contra una de las mujeres.
– Esta no se libra –murmura.
Su sonrisa se torna en una mueca de asombro al ver como la mujer, lejos de huir aterrorizada, como hubiesen hecho muchos aguerridos guerreros que él conoce, se gira grácilmente y clava el mango de su lanza en el suelo de tal forma que el orko impacta brutalmente contra la punta del arma, cayendo sobre la mujer y rodando varios metros. El caballero andante retiene la respiración casi sin darse cuenta, expectante,…. Unos segundos después, la mujer se levanta, aparentemente indemne, arranca la lanza rota del pecho del orko agonizante, y lanza un grito de victoria. Arthur no puede creerlo, la lucha ha acabado, pero no como él esperaba, sino con los escasos orkos sobrevivientes huyendo en desbandada.
Al menos una decena de cuerpos de pieles verdes yacen alrededor del estanque que parecía el objetivo de la lucha. Las mujeres, ilesas en su totalidad, recogen piedra bruja… el caballero andante no puede dar crédito a sus ojos, olvidando por un momento toda precaución sale de su escondite para tener una mejor visión del campo de batalla.
Y entonces una de las mujeres clava la mirada en su dirección. Parece estar mirándole directamente a los ojos. No, no es posible, la distancia es demasiada, piensa, pero siente un escalofrío. Soltando un bramido de rabia, Arthur, el Caballero Andante, monta sobre Recio, su corcel de guerra y le espolea furiosamente de vuelta hacia el campamento de los Cazadores de Brujas, mientras un sudor frío se va condensando bajo su bruñida armadura de oro y grana…
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– Kali. –hace una pausa– Nos han estado observando.
–¿Quién? ¿Cómo? –responde ésta con sorpresa.
– No lo sé. Tan sólo he distinguido el reflejo del sol en una lente. Allí, en aquella colina.
Kali sigue con la mirada la dirección marcada por el brazo extendido de su amiga. Entre varios edificios reducidos a escombros y por encima de la muralla semiderruida se puede ver la ladera pedregosa de una colina. Un lugar ideal donde esconderse y obtener una visión perfecta de esa parte de la Ciudad de los Condenados.
– ¿Estás segura?
– Sí.
La respuesta es lacónica, pero Kali no necesita más.
Punam nunca se equivoca. Es la mejor del grupo en lo que a rastrear se refiere. Es una semiorka.
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Las semiorkas. Una raza, al menos para quién esté dispuesto a admitirlas como tal, extremadamente rara.
La mitad de los pobladores del viejo mundo dirán que las semiorkas no pueden existir, que tal aberración de la naturaleza es imposible en nuestro mundo, que va en contra de las más básicas leyes de la naturaleza. La otra mitad dirá que son productos del demonio, de la corrupción del caos en el mundo, del mal, en una palabra. Unos y otros, ya sean humanos u orkos, o elfos, o enanos, las odian profunda e irracionalmente.
Pero lo cierto es que pueblan los territorios del hombre. Aunque en un número tremendamente pequeño, es cierto. Puesto que orkos y humanos sienten un odio y una repulsión mutua que va más allá de todo lo imaginable, son muy escasas las ocasiones en las que las dos razas se mezclan. De hecho, nadie ha sido capaz nunca de encontrar un motivo, una justificación, a estas escasas uniones. Quizá en el orko quede algo de humano, dicen algunos, porque desde luego, nadie está dispuesto a tan siquiera contemplar la posibilidad de que sea al contrario, que el hombre guarde algo de orko. Si alguien se atreviese a expresar esa idea en voz alta, acabaría, sin duda, retorciéndose entre las llamas de una hoguera alimentada por los cazadores de brujas.
Y de estas escasa uniones, en muy pocas se llega a concebir vida, y menos aún en conseguir que esa vida llegue al mundo. Los escasos sabios que se han atrevido a estudiar el asunto creen que la idiosincrasia de las dos razas es demasiado diferente para poderse mezclar. Se dice que sólo una hembra humana extremadamente fuerte de cuerpo y de espíritu es capaz de sacar adelante esta vida. Y siempre en forma de otra hembra. Las semiorkas han conseguido que su sangre humana mantenga a raya a su parte orka…. casi siempre.
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Arthur detiene a Recio de su carrera levantando una nube de polvo. Se baja del caballo y propina un puñetazo a un zelote, que se había acercado a ayudarle, que lo deja inconsciente.
Se encamina a grandes zancadas hacia la tienda montada en el centro del campamento de los Cazadores de Brujas. Cuatro grandes mastines, atados a un poste, empiezan a aullar y a ladrar a su paso. Son animales enormes, en un continuo estado de excitación que sólo el “padre” Luther, el sacerdote guerreo, parece capaz de controlar. Arthur habría jurado que eran cinco los animales, pero no le da mayor importancia. Como Caballero Andante considera que el uso de bestias es innoble e indigno de una causa tan elevada como la suya. Tuerce el gesto, descorre bruscamente la cortina que cubre la entrada de la tienda y penetra en el interior.
Una figura se vuelve en la penumbra. Arthur se dirige a ella.
– Es cierto, Lucius, las he visto.
El interpelado se adelanta a la luz. Se trata de Lucius Stern Van Hendryk, afamado capitán de la Orden de los Templarios de Sigmar, más conocidos como los Cazadores de Brujas.
– ¿Son realmente brujas? –la pregunta parece quedarse flotando en el asfixiante ambiente de la tienda, como si no quisiese llegar a su destino, como si realmente no buscase una respuesta. Pero esta llega.
– Lo son, no hay duda. Las mujeres de Marienburgo no luchan así. Son cortesanas débiles y adineradas, sin más virtud que la capacidad de satisfacer a sus hombres. Pero aún hay más. –escupe sobre el suelo de tierra apelmazada y lo restriega con la punta de su bota, fijando la mirada en la operación.
Lucius le mira inquisitivamente
–¿Y bien?
Arthur alza la mirada.
– Con ellas va una semiorka.
A pesar de su veteranía y de su valentía, conocida y reconocida en medio mundo, Lucius Stern, adalid de la Orden de Sigmar, no puede evitar echar mano compulsivamente a la cadena de hierro, símbolo contra todas las brujerías conocidas de este mundo, que lleva colgando del cuello.
– Bien, no hay duda pues.–responde tras un brevísimo instante– Sólo puede ser obra de las artes oscuras. Es nuestra sagrada misión, querido amigo, librar al mundo de brujas y engendros.
El Caballero Andante asiente.
–¿Cómo está Hans? –pregunta– ¿Podrá unirse a nosotros?
– No, aún no. Ese maldito bestigor le golpeó fuerte. Pero El Oso es duro y se recuperará. Y tenemos otros problemas, Arthur.–hace una pausa y mira fijamente al caballero–. La ogra, se ha escapado.
–¿Cómo es posible? –ruge el Caballero Andante– voy a estrangular a esos ineptos zelotes tuyos.
Se gira bruscamente, en dirección a la salida de la tienda.
– Tranquilo, “Cuerdo”
Arthur se detiene en seco. Muy pocas personas, y en muy contadas ocasiones, se atreven a llamarle por su apodo.
Arthur “el Cuerdo”, Caballero Andante. Nacido en la ciudad de Leichberg, que se esconde al pie de las Montañas Encantadas. Que tiene el bosque de Althern alzandose a su espalda, las ruinas de Vanhaldenschlosse al frente. Y el influjo del Lago Negro siempre presente.
Llamar “Cuerdo” a alguien nacido allí es poco menos que poner en duda el honor de una madre.
El Caballero se vuelve lentamente.
– No me llames así, Lucius –habla muy, muy despacio, la mano aprieta con fuerza la empuñadura de la espada, hasta que los nudillos se vuelven blancos–. No me llames así, ni siquiera tú –repite. Sus ojos despiden fuego, un fuego que se confunde con los brillos de su pulida armadura de caballero, brillos de plata y grana.
–Tranquilo, amigo. Sabes que puedes confiar en mí, tu secreto está a salvo conmigo. Y tenemos cosas más importantes de que ocuparnos. Estoy seguro de que la ogra utilizó la brujería para escapar.
–¿Brujería? ¿También la ogra? –los ojos del caballero se dilatan–. No puede ser.
– Me temo que sí, amigo. Ni siquiera los mastines pudieron detenerla. Estranguló a uno y los demás se negaron a seguirla. Ni siquiera el Pater fue capaz de convencerles.
– Llegan tiempos oscuros, Lucius. Debemos salir tras ella. Y buscar a las otras brujas. ¡Es nuestro sagrado deber!
– Lo haremos, Arthur, lo haremos, te doy mi palabra, daremos caza a las brujas, a todas. Pero antes hay algo más,–hizo una pausa–, Groirengy.
El tono de su voz cambia al pronunciar la última palabra, las silabas parecen negarse a abandonar su garganta, el nombre resistirse a ser pronunciado, a ser escuchado. La temperatura en la tienda desciende.
Arthur “el Cuerdo”, el Caballero Andante, se queda petrificado, sus ojos fijos en la boca del capitán de los Templarios de Sigmar, como si pretendiese capturar el nombre que ha salido de esos labios, como si pretendiese…. Sacude la cabeza
–¿Gr...? ¿Gro...?- no puede acabar. Un leve rastro de miedo asoma en sus ojos. Hace acopio de todo su valor y de toda su voluntad para continuar
– ¿El tesoro? … ¿Estáis seguro? … se estremece.
– Lo estoy, Arthur. He terminado de descifrar los documentos. En la Plaza del Conde Botthard. Las Cinco Estatuas. Ellas son la clave. Partiremos al alba. Mientras, descansa, mi buen y fiel amigo. Recuperaremos el tesoro del mago para mayor gloria de la orden de los Templarios de Sigmar –ha elevado la voz, casi está gritando, aunque no se da cuenta –Y después –esboza una sonrisa y relaja el tono– las brujas.